[Blog:] El hombre que no conoce su historia está condenado a repetirla.
Lo decía un poeta, novelista y filósofo español, Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana. Su frase sería tan conocida que llegaría a un lugar tristemente conocido por todos: el campo de concentración de Auschwitz, donde permanece a la entrada del bloque número 4.
Lamentablemente, la historia se repite en multitud de ocasiones… Nos tenemos que remontar al año 1968: en aquél entonces la infame guerra de Vietnam estaba en el punto de mira de todos: cómo se había llegado hasta allí, era complicado de entender; lo que si que se sabía era que los fabricantes de armas iban haciendo caja rápidamente: sus arcas se llenaban mientras la vida de miles de civiles de ambos bandos terminaba en las cunetas de Ho Chi Min. Por suerte, la gran novedad de aquellos tiempos, la televisión, puso en jaque a la opinión pública sobre lo que estaba pasando, creando un sentimiento de rechazo a la barbarie que se producía día tras día.
Aquello no era el único problema en el horizonte, porque, quién no ha escuchado hablar del Apartheid? El siglo XX había venido escuchando todos los problemas que la falta de un Estado de Derecho e igualdad en la sociedad Sudafricana causaba en la población afrodescendiente: la masacre de Sharpeville en el 1960, donde murieron 69 personas (casualmente, todas afrodescendientes); la guerra en la frontera con Sudáfrica el año siguiente, o la guerra de independencia de Rodesia del Sur, donde el nivel de segregación era similar al instaurado en Sudáfrica, son algunos de los problemas que la sociedad de los años sesenta tenía en mente.
Si lo pensamos bien, todo se reducía a dos cosas: intereses políticos, y la venta de armas a gran escala, con la que muchos conseguían beneficios en poco tiempo, sin importar la cantidad de vidas humanas perdidas. Fue en ese momento, cuando en 1968, un grupo de personas comprometidas con la sociedad se reúnen en Upsala, Suecia. Allí hablan de la situación actual, exponen sus puntos de vista, pero sobre todo se dan cuenta de lo que ninguno de los presentes quiere: que su dinero sirva para financiar una guerra más. Es en ese momento que se decide que el dinero que se invierta, derivará en ayudar a los que realmente lo necesiten; sus inversiones quizás no tendrán el mismo rendimiento que los mercados financieros puedan proporcionar, pero sí darán una satisfacción más grande: no contribuirán a esa barbarie que llevaba azotando nuestro mundo las últimas décadas.
Los principios son duros; hay desacuerdos, la legislación no siempre acompaña, pero finalmente el proyecto sale adelante; finalmente se consigue que aquellos valores se plasmen en un plan y Oikocredit sea más que una idea o sueño: sea una realidad.
Los días como hoy son duros para las personas que no aceptamos la guerra como modo de negocio; las que no nos creemos que las vidas humanas importen menos que nada. Las que no financiamos con nuestro dinero guerras, no entendemos cómo y por qué se acepta que nuestra historia se repita.
Hoy por hoy, me siento orgullosa de formar parte de esta cooperativa que un día decidió plantarse y hacer de un ideal un proyecto que ayuda de verdad a gente necesitada.
Por último, me gustaría terminar con una de las frases del último discurso de Nelson Mandela en Nueva Delhi, en el año 2008: “Todavía hay mucha discordia, odio, división, conflicto y violencia en nuestro mundo en los albores del siglo XXI. Una preocupación fundamental por los demás en nuestra vida diaria y en nuestra comunidad bastará para hacer del mundo ese lugar mejor con el que soñamos con tanta vehemencia. (...) Lo más fácil es romper y destruir. Los héroes son los que firman la paz y construyen.
Ojalá pronto pare esta nueva barbaridad, esta vez en tierras ucranianas…
Escrito por Rose Serrano, Investor Relation Officer de Oikocredit para España.
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